Hace unos meses, en pleno confinamiento por el COVID-19 llegó a mí una historia de la cual desconozco el autor pero que me pareció muy oportuna para el momento que estábamos viviendo entonces y muchos otros momentos en los que corremos hacia objetivos múltiples sin parrarnos a pensar en cómo estamos, como nos sentimos, que deseamos, etc.
Como en esta historia, a veces tiene que pasarnos algo o el cuerpo nos tiene que dar un aviso, a veces en relación a la salud física y otras de la salud mental, para que nos tomemos ese tiempo para recalibrar nuestras prioridades, necesidades y deseos.
El COVID-19 ha significado esto para muchas personas y familias que por primera vez pueden hacer este ejercicio personal y tomar decisiones en relación a su vida de pareja, familiar, laboral, y social en búsqueda del propio bienestar emocional.
¿Os invito a leer esta historia y ver que os suscita, como os hace sentir, con qué os conecta de vosotros mismos? ¿Qué pensáis del papel de la yegua? ¿Estáis en un momento vital similar o habéis estado?
Erase una vez un caballo que se pasaba el día de aquí para allá. Siempre tenía algo que hacer: cuando no era imprescindible que llevara un paquete al trote, era urgente que cabalgara para solucionar un problema en la casa. Luego estaba su deseo de competir en altas categorías de carreras. En eso ponía todas sus horas libres, en esforzarse por correr más y mejor cada día que pasaba. Pocas veces podía pasear a ritmo lento por los prados. Los veía de lejos, pero siempre decía que en otra ocasión se detendría a comer de su verde hierba o a beber de las aguas cristalinas del río. Así fueron pasando los años, siempre corriendo de aquí para allá. Veía como sus cascos ya no estaban tan fuertes como al principio. Aún así, pocas veces decidía bajar el ritmo ya que eso suponía aceptar que el tiempo pasaba deprisa y que quizá su sueño de llegar a lo más alto en la carrera sería derribado de un plumado.
En ese tiempo, en esas idas y venidas, se olvidó de cómo era relajarse en compañía de sus compañeros de cuadra. Le dedicó poco tiempo a rondar a la yegua que tanto le gustaba. No sabía ya que gusto tenían las manzanas recién cogidas de los árboles… solo se empeñaba en correr y correr como si no hubiera un mañana. Algunos compañeros le pedían que bajara el ritmo, otros le recomendaban tomarse la vida de otra manera…
-¿Qué sabrán ellos?-, pensaba. Yo sé perfectamente cómo estoy.
Cierto día, mientras corría, notó un crack en una de sus extremidades. ¡No lo podía creer! Él, que se creía el más seguro y fuerte de los caballos, de repente se encontraba a punto de entender que su pata se había quebrado. No pudo aguantar el dolor y se cayó al suelo. En seguida otros caballos se acercaron a ver lo que pasaba. La cara de terror de nuestro amigo era enorme. Los demás no encontraban qué palabras decir para animarlo, cómo rebajar el dolor y la incertidumbre que recorría cada poro de su piel.
Durante muchos días el dolor fue tan fuerte que a ratos perdía la consciencia. Temía no poder resistir y cada noche suspiraba pensando que se sentía débil.
En una de esas noches, entre sueños, notó la calidez de un cuerpo a su lado. Una yegua se le acercó y se sentó cerca de él entre la paja. Simplemente notando su presencia se sintió aliviado. No podía hacer mucho por él; ya que la recuperación era algo que sólo su cuerpo podía darle, pero ese calor le tranquilizó.
Con cada respiración pausada de la yegua sus miedos iban tomando forma. Algunos los expresaba en voz alta… ¿y si no vuelvo a levantarme? ¿Qué pasará si no consigo ser el mejor caballo? Muchos otros se iban evaporando a cada hora que pasaba, ya que si algo tienen los miedos, es que a veces con decirlos y expresarlos se disipan.
Día tras día el dolor de su articulación era un poco más soportable. Soñaba mucho. En uno de ellos, se sorprendió al verse a sí mismo viendo como el aire le daba en la cara mientras comía aquella hierba tan bonita del prado.
Aquella mañana se despertó un poco más esperanzado. Ese sueño le había ofrecido una idea y, también una oportunidad. Quizá no sería el caballo más rápido a partir de ahora, quizá tenía que cambiar los sueños y aquello que siempre había pensando que sería su vida por otros nuevos; pero a cada respiración que podía hacer más profunda, sentía que sería capaz de reinventarse.
Se centró en recuperar día a día un poco más de fuerza. Primero vinieron los primeros pasos tímidos, la mirada esperanzada del resto viendo sus avances. Poco a poco consiguió normalizar su paso. Se empezó a sentir más cómodo en los movimientos; pero era consciente de que debía hacer bondad y no forzar a su cuerpo más de lo necesario para ir progresando cada día un poquito más.
Pasaron muchos días, más de los que su mente creía necesarios. A veces se desesperanzaba pensando en que de esa no salía pero… poco a poco sucedió. Lo que al principio era un momento en pie sin cojear ni dolor, se fue convirtiendo en unos pasos largos llegando a realizar, a ritmo suave, un pequeño paseo.
Y así fue como un buen día, paseando, mirando la naturaleza y las cosas que le rodeaban como si fuera la primera vez, con más nitidez, más color y más vida llegó al prado al que nunca había tenido tiempo de disfrutar.
Y allí se quedó, respirando con calma, mirando al horizonte agradecido por todo lo que había conseguido y teniendo la certeza de que, si bien su vida iba a ser algo diferente a partir de entonces, tenía la suficiente fuerza interna para ir superando lo que surgiera.
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